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  • Foto del escritorAldo Frites

El cambio social y el desafío político de la pandemia

Más allá de los aspectos de epidemia, de lo estrictamente sanitario, la cuestión es si estamos llegando a un punto final de un tipo de civilización que hay que revisar enteramente, lo que afectaría profundamente nuestro modo de vida y nuestras formas de organización, o si es posible salir de esta crisis a través de una “nueva normalidad” transitoria para luego retomar con paso atrasado, la misma senda seguida hasta ahora.

 

A cada crisis, una respuesta de fondo


Hay que partir de la reflexión sobre un hecho: estamos en presencia de una crisis mundial, planetaria, que afecta a la humanidad. Hay, probablemente, con las diferencias que se pueden establecer, cuatro grandes catástrofes, tragedias o crisis mundiales en los siglos XX y XXI. La primera fue la del 29 al 31, la Gran Depresión. Ella cambió a la sociedad y su salida dio origen, contra un capitalismo liberal, desatado y sin control, al Estado de bienestar en los distintos países. El socialismo se veía como un horizonte de cambio de este capitalismo apoyado por las revoluciones de comienzo de siglo. Luego está la segunda Guerra Mundial, que dio origen a una transformación muy importante en la manera como la humanidad resolvía sus problemas, con la creación de las Naciones Unidas. La tercera no puede considerarse un evento sino un proceso que avanza desde hace décadas. Me refiero a la crisis medioambiental y al calentamiento global, que amenaza con poner fin a la humanidad y al planeta. Por supuesto, entre las causas del origen de la actual crisis sanitaria, destaca la ruptura de los ecosistemas que permite el traslado de virus de animales al ser humano, y la expansión de los procesos de globalización que también agravan la crisis ambiental. Además, como todos saben, las respuestas a la pandemia han significado en parte la detención de la contaminación, pero como ha sido señalado por los estudios, esta último es temporal y es probable que en los próximos meses pueda producirse una sinergia entre las dos crisis.


La cuarta crisis es la de pandemia actual del COVID-19. Creo que la crisis económica como la del 2008 o las epidemias anteriores, como la del ébola, no han tenido este impacto. Entonces la pregunta que uno tiene que hacerse es: ¿a qué transformaciones de la sociedad va a dar origen esta pandemia y qué modos de luchas se establecerán a partir de entonces? Porque lo que aparece claro, a mi juicio, es que no vamos a poder seguir viviendo del modo en que vivíamos, y si hacia el futuro sólo algunos lo podrán hacer, ello dará origen a crisis políticas permanentes que podrán llevar a otra catástrofe.


Lo que queda planteado en esta crisis es lo siguiente: no era necesario tener esta manera de vivir, de producir, de organizarnos, que además fue agravada por el extremo mercantilismo de los modelos neoliberales, que destruyen el medio ambiente y generan profundas desigualdades que no llevan a su auto-transformación sino a profundización de sus rasgos.


Nuevo orden mundial


Una de las principales salidas de la crisis provocada por la segunda guerra mundial fue la creación de las Naciones Unidas. Esta organización no logró limitar la soberanía de los estados poderosos, pero sí logró crear un cierto poder mundial. Esto hay que retomarlo hacia el futuro, en diversos niveles. Por ejemplo, a nivel sanitario, hay que pensar que la OMS o quien sea deberá tener un poder mucho mayor, porque estamos frente a una crisis que es global y que no es solo confinada a algunos países países. Y ahí se va a tener que enfrentar entonces a un debate sobre las formas de organización de los estados nacionales: ¿hasta qué punto van a poder tener una total soberanía cuando lo que hacen afecta a los otros países? Entonces la solución, si la crisis es global, va a tener que ser global.


Pensemos en términos de lo que nos señalaba el secretario general de Naciones Unidas. Uno de los modelos posibles es la expansión de la crisis del coronavirus a países que prácticamente no tienen estado o que no tienen el estado necesario, con recursos para enfrentar la crisis. Entonces, mientras se aplane la curva en los países europeos y desarrollados, lo que se va a producir es una pandemia enorme. ¿No va a tener que haber entonces un poder mundial que sea capaz de trasladar recursos médicos, económicos y hospitalarios a esos países? Lo que uno diría es que hay que repensar no sólo la forma cómo organizamos nuestras vidas cotidianas, sino también cómo se organizan las sociedades a escala global.


La reconstrucción de un orden social y económico


El problema de las desigualdades es de escala mundial. Lo que hay que tener en cuenta es que también la gente está desigualmente preparada para enfrentar los problemas de la crisis: los que tienen recursos o mayor capital social tiene también mucha mayor capacidad de enfrentarlo. Si no existe un cambio de los modelos económico y social en países como los nuestros, la normalidad a la que se vuelva no sólo habrá mantenido estas desigualdades sino que las habrá profundizado.


¿Será posible la generación de un proceso redistributivo en medio de un estancamiento y de un retroceso económico como el que estamos experimentando?


Es indispensable un cambio radical del modo como vivimos. Una cantidad de cosas que consumimos no son necesarias: no es necesario que se pase de un celular que tiene tales características a otro en el cual tengo que gastar mucho más. Simplemente, porque la necesidad no la tuvimos, sino que la tecnología avanzó y los intereses propios de las empresas que manejan esto nos llevan a la adquisición de los productos. Tampoco tiene sentido el escándalo de los grandes sueldos de deportistas y gente del espectáculo. Entonces, mi impresión es que tenemos que ir mucho más hacia una economía de las necesidades, lo que significa dejar una economía del poder de consumo, del dinero de cada uno, y pensar y proyectar una economía en función de las necesidades que tenemos como sociedad y como individuos. Dado que somos distintos, no es cuestión de uniformar, pero hay que buscar una manera de compatibilizar estos aspectos. Una sociedad no debe definir su crecimiento sobre la base de la capacidad del dinero que cada uno tiene para comprar lo que quiera. Pero es evidente que esto choca no sólo con los intereses de los grandes poderes económicos, financieros y comunicacionales, sino también con los de los llamados sectores medios emergentes y con las nuevas generaciones que aspiran a reproducir los niveles de vida que han implantado los primeros.


Aquí tiene que haber un cambio muy pero muy radical de mentalidades, en el cual lo que venimos haciendo por 200 años, acelerado en los últimos 20 o 30, tiene que ser de alguna manera cambiado. La humanidad no resiste, como ha vivido hasta ahora, mucho tiempo más. Y ello tiene que ver también con la cuestión medio ambiental. Para intentar salvarnos del coronavirus estamos constatando un avance en los temas medioambientales. Ello ocurrió sin darnos cuenta o sin querer hacerlo. Entonces, cuando salgamos de esta crisis ¿vamos a volver a tener los mismos niveles de emisión que teníamos antes? Eso no es posible.


Estado, política y sociedad


Y los temas planteados hasta aquí llevan necesariamente a la cuestión del Estado. Para la gran tarea señalada hay que tener un Estado en el cual la gente confíe, un Estado compenetrado con la sociedad, y hoy día no lo tenemos. Pero hoy emergen condiciones, precisamente por la crisis, para un espacio que genere un sentimineto de comunidad entre Estado y los distintos grupos sociales. Eso no puede debería ser solo temporal y tampoco puede ser que ocurra al precio de acallar para siempre las demandas, las movilizaciones, las necesidades de transformación que la gente viene planteando a través de las movilizaciones y los “estallidos” de los tiempos recientes.


Y uno de los grandes problemas va a ser, por un lado, cómo hacemos un balance entre un poder del Estado que realmente ejerza su autoridad y, por otro lado, cómo se hace para que eso no sea un control autoritario. Especialmente en situaciones de una enorme desconfianza del Estado y de las instituciones.


Lo cierto es que el distanciamiento entre Estado y sociedad tiene como punto central a mi juicio la ruptura entre la política institucional y el mundo de los actores sociales. Ninguna salida transformadora, que no sea la pura reproducción del orden social anterior a la crisis (además en situación generalizada de empobrecimiento), puede hacerse sin una refundación de las relaciones entre actores sociales y la política, entendida ésta como la capacidad de redistribuir el poder en una sociedad.


En la historia, las grandes catástrofes han generado oportunidades de reconstruir las relaciones entre la política y el conjunto de la sociedad. Estamos frente a una de esas oportunidades. Lo anterior puede expresarse en que hay que tener la capacidad de entender y debatir precisamente eso: que estamos ante la posibilidad de un cambio civilizatorio, y ese cambio va acompañado también de una nueva manera de entender la relación entre la política institucional, el Estado y la vida de la gente.


Para el caso chileno, lo anterior implica que una crisis como ésta, que obliga a “medidas excepcionales”, no interrumpa indefinidamente lo que -como resultado del llamado “estallido social” de Octubre de 2019- era el camino que habíamos generado para reencontrarnos como país, que era el proceso constituyente. Este debiera ser el espacio también para resolver las cuestiones de fondo que deberían plantearse hacia el futuro a partir de la pandemia.


Por Manuel Antonio Garretón.



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