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  • Foto del escritorAldo Frites

Ganadoras del concurso de Textos Breves Beatriz Allende

Actualizado: 18 dic 2020

La foto de Marcela Schultz Morales (Marluz) Texto ganador Concurso Textos Breves Beatriz Allende y Nunca fuimos sumisas. Siempre de Militza Meneses (Louise Michel), 2° lugar.

 

LA FOTO


Marcela Schultz Morales (Marluz)

Texto ganador Concurso Textos Breves Beatriz Allende


Me gustaba sentir la mano grande y acogedora de mi abuelo tomando la mía. Ese día en la calle una emoción como un río chiquito en mi pecho, me dejaba sin respiración. A lo lejos miles de banderas rojas se agolpaban en la Alameda.


El abuelo me despertó temprano ese día, puso un disco en su equipo de música y cantó con toda su fuerza algo de… “un pueblo unido”, dio vuelta su cara y el bigote frondoso se veía iluminado por su sonrisa, pasó su mano grandota por mi pelo dando algunas palmaditas. Me senté a observarlo mientras anudaba su corbata, dio dos vueltas mágicas y el nudo quedó perfecto, gran acontecimiento, nunca lo había visto tan arreglado, parecía vestido para una fiesta, levantó sus cejas y me dijo:


- Hoy es un día especial


Hurgueteó en unos cajones y sacó una foto, la que observó cómo yendo a un lugar lejano. Pude ver que los ojos se le llenaban de lágrimas, una emoción de árbol viejo se le asomaba por las pestañas.


La foto mostraba una construcción con muchos obreros, todos con caras muy sonrientes, aunque tenían sus herramientas de trabajo en descanso, se notaban atentos, expectantes, como esperando algo.


- Este soy yo


Me indicó con el dedo a un muchacho sentado en un andamio


- ¿Y tú bigote Tata?


- Todavía no aparecía


Adoptó un tono solemne y se le hicieron dos hoyitos en las mejillas, hizo un ademán con la mano invitándome a sentar junto a él en la orilla de la cama.


- Mija, las construcciones tienen el espíritu de quienes las construyen. En sus paredes quedan impregnadas el esfuerzo y compromiso de cada obrero. Si acercamos el oído al concreto se puede oír la música de las herramientas golpeando


- ¿Cómo cuando uno se pone una caracola en la oreja, así Tata?


- Así mismito, como el mar, como un corazón que late de puro gusto.


De pronto el abuelo da un brinco, semejando a quién se sube al escenario de un teatro, siguió su relato moviendo las manos, igual si estuviera tirando cemento a la pared.


Me explicó, que los materiales de construcción son las semillas que los trabajadores siembran en un campo sin vida, luego surgen los cimientos, que son las raíces y tronco de estas construcciones.


- ¿Y las hojas, Tata?


- Las hojas son las ventanas que también oxigenan el interior de los edificios


- ¿Hay frutos?


- Claro que sí, son las familias que habitan los departamentos, los niños y niñas como tú.


Mi Tata, era maestro de la construcción. Todas las mañanas lo veía salir con sus ropas y casco de obrero. En su mochila llevaba “los tesoros”, como decía él. Eran sus herramientas de trabajo. A mí igual me parecían valiosas. El fin de semana las limpiaba con tanto cuidado, que el brillo que de ellas salía molestaba en los ojos. También se daba el tiempo de enseñarme a usarlas, a martillar un clavo sin pegarse en los dedos, a mi abuela no le gustaba.


- Deja tranquila a la niña Aliro, déjala que juegue con muñecas.


Yo prefería el sonar musical de las herramientas y, sobre todo, como la mano de mi abuelo guiaba la mía para manejarlas. Sentía su cariño en su poética enseñanza, los instrumentos y materiales cobraban vida y personalidad, lo cotidiano se volvía historia y trascendencia.


El día que tomé la pala y me dispuse hacer una construcción en el patio de mi casa, no imaginaba el revuelo que iba a provocar mi juego. Es cierto que me costó mucho sujetar el peso de la herramienta en mis manos chiquitas, pero como pude la arrastré hacia donde quería hacer un gran agujero, para “sembrar” un edificio, tomando en cuenta la enseñanza de mi abuelo.


- Es pura técnica mijita, es más maña que fuerza.


Entonces, alzaba la pala con las dos manos y la posaba en la tierra, luego me subía arriba y daba pequeños saltitos, así lograba que se enterrara alcanzando a remover el suelo barroso. Después de varios intentos estaba muy cansada y ya se me quitaron las ganas de construir. Pensé, que como dice la abuela, mejor iba por mis muñecas. De tanto agitar la tierra, de pronto surgió de ella un objeto, le grité con todas mis fuerzas al abuelo, para que viera el tesoro que había encontrado. El abuelo corrió asustado ante mis gritos, me miró con las cejas juntas y movió los bigotes, sentí el reproche cuando puso sus brazos en la cintura y movió la cabeza de un lado para otro.


Para desviar el reproche apunté con el dedo hacia el hallazgo, el abuelo sorprendido, tomó la pala y desenterró una caja envuelta en un plástico grueso. La curiosidad aplacó el enojo del abuelo, sacó el plástico, abrió la caja y tomando mi mano corrió hacia la casa.


- ¡Mira Estercita, lo que encontró la niña!


Los dos se abrazaron emocionados, yo no entendía nada. Tomaron mi mano e hicieron una ronda, yo me sentía feliz, un cosquilleo me decía que les había devuelto un vuelo de pájaro perdido.


- ¡Es la foto Ester!, la foto del “Chicho”


- Pero viejo, si se la encargaste a tu hermano Pablo, antes que te detuvieran


- Y el “bandío” me dijo que se había deshecho de ella, nunca pensé que la había enterrado en el mismísimo patio de mi casa.


Yo habría preferido que el Tata siguiera enojado y me retara apuntando con su dedo hacia arriba, que es lo que hacía cuando yo no obedecía. Porque parecía que en ese momento yo no existía. Mi abuela y abuelo hablaban entre ellos cosas que yo no entendía, de dictaduras y campos de concentración, de persecuciones y escondites, una pena de lluvia se me vino a los ojos, entonces el abuelo me tomó en brazos


- Vamos a celebrar con la abuela este hallazgo y para la chiquitita, ¡un helado!


Desde ese día, el abuelo guardaba en su cajón, la foto encontrada bajo la tierra.


- Como le dije mija, hoy es un día especial, hoy es 1 de mayo, el día del trabajador. Y esta foto donde está su tata jovencito, sin su bigote, la sacaron cuando estábamos construyendo la UNTAD III, en el año 1972


- ¿Quién es ese?


- Ese es el Compañero Presidente Salvador Allende


Y le salió un suspiro de viento. Miró con atención la foto y se le hicieron arruguitas en la frente, con una voz más calladita, me dijo que esta obra fue realizada para la Tercera Conferencia Mundial de Comercio y Desarrollo de las Naciones Unidas y que fue un ejemplo de trabajo en tiempo record.


- La hicimos en 275 días, trabajamos hasta doce horas diarias - ¿Y por qué tan apurados tata?


- Porque era “la palabra de la patria a través de sus trabajadores y esa palabra, tiene que cumplirse”, así dijo el Presidente.


- La verdad es que no te entiendo mucho abuelo


Temiendo hacerle un agujero en el pecho, con mi impertinencia. El abuelo tomó mis manos y me recordó que las construcciones eran siembra en un campo sin vida, que así era Chile, antes del Presidente Allende, semejante a un sitio baldío, donde la pobreza se colgaba como una enredadera. Por eso esta construcción recibió el reconocimiento del Presidente, fue una siembra de compromiso de los trabajadores y su fruto jugoso, fue el de no defraudar al Compañero Presidente.


Tanto orgullo le salía por las pupilas, que de puro cariño corrí a sus brazos, sentí en ese abrazo que también sellábamos un compromiso.


Salimos por calle Matucana, hacia la Alameda, ahí mi tata se encontró con sus compañeros del Sindicato, tomó una bandera y a mí me pasó un casco que casi tapaba mis ojos, había mucha gente en la calle ese 1 de mayo, la mano de mi abuelo me guiaba. Lo miré hacia arriba orgullosa y pude encontrar en sus ojos a ese muchacho de la foto y pensé en esa siembra, en esa foto bajo la tierra, el tío Pablo sembró una foto y con ello geminó la memoria de 3.700 nombres escritos en el concreto, fragua del espíritu colectivo, del trabajador y su capacidad creadora.


Hoy es cosecha que en mí se hace compromiso en todos los 1 de mayo, en medio de las banderas, volviendo a sentir la guía de su mano grande y acogedora tomando la mía.



NUNCA FUIMOS SUMISAS. SIEMPRE


Militza Meneses (Louise Michel)

2° lugar Concurso Textos Breves Beatriz Allende


Con amor a Narda, Mirtha, María Inés, Glenda, Anita, Gala

y Ana María. En ustedes abrazo y beso a muchas.


Tenía 3 meses de nacida cuando ocurrió el golpe de Estado. Vivíamos en una mediagua al lado de un sitio eriazo, donde mi madre recordaba haber escuchado los gritos de militares que obligaban a nuestras vecinas y vecinos a correr para salvar sus vidas, mientras descargaban la ráfaga de sus armas. Fueron días duros para mi madre que, sola en casa, con una niña recién nacida y con 18 años, no podía creer lo que sucedía.


Esa mañana de martes 11 de septiembre me tocaba control en el consultorio, y retirar la leche que Allende tanto había insistido que se entregara a todos los niños y niñas de nuestro país. Mi madre montada en sus zapatos de plataforma y con minifalda, enfilaba rumbo al centro de salud, cuando salieron unas mujeres a cortarle el paso, diciendo que debía volver a casa porque había un golpe de Estado. Mi madre no entendía o no quería entender que algo tan monstruoso fuera realidad. No quería creer que la certeza de que Chile podía ser un país más justo desapareciera, como les sucedió a tantos y tantas en los años posteriores al golpe. No quería renunciar a ser protagonista de un proceso histórico. No quería que todo eso se esfumará. Es más, recuerda que antes de salir de casa escuchó la radio pero pensó que todo era parte de un radioteatro. Hasta el día de hoy no se perdona no haber prestado la atención que merecía el compañero Presidente en su último discurso.


Luego vino la oscuridad. Durante ese periodo vi ojos llenos de miedo bajo nuestras camas o dentro de nuestro armario, luego comprendí que eran los ojos de hombres y mujeres que se ocultaban de la barbarie. Años más tarde revisando fotos familiares encontré a los y las compañeras, pude verlos como eran antes del horror, eran fotos en blanco y negro, en las que compartían alegres con mis padres y otros amigos/as. Eran recuerdos que durante años permanecieron escondidos bajo las tablas del piso de madera de nuestra casa, como si fuesen el tesoro que un pirata enterró bajo nuestros pies.


Con mi hermano teníamos claras instrucciones de no revelar el secreto de nuestro tesoro a nadie. Al crecer comprendimos que aquellas fotos, recortes de diarios, revistas y carnet del partido socialista de mi madre, tenían un valor incalculable. Era lo poco que nos quedaba de la Unidad Popular, donde los pobres por primera vez, sintieron que podían transformar Chile y, más importante aún, ser protagonistas de ese proceso, escribir la historia desde abajo. Aquellos recuerdos inspiraron la rebeldía y resistencia del trabajo que mi madre desarrolló durante los ochentas.


Viví una infancia rodeada de mujeres maravillosas y valientes. Que en ocasiones hablaban en susurros y otras reían a carcajadas. Me gustaba verlas, escuchar sus historias. Recuerdo que una de ellas contaba que ese día 11, no podía creer lo que sucedía, menos aún, en los rumores de que cuerpos de personas ejecutadas bajaban por el río Mapocho. Así es que decidió ir a verlo con sus propios ojos. Descolocada por el impacto del horror e impulsada por el amor hacia los compañeros y compañeras, a quienes no conocía, pero con los que sentía haber compartido lo más bello que había vivido, los enterró con sus propias manos al borde del río. Volvió varias noches a cumplir con la tarea de despedir a quienes habían soñado y reído junto con ella, en medio de una revolución con empanadas y vino tinto.


Otra de ellas recordaba que había decidido ser doctora, inspirada en Allende. En los años de la UP, había participado en trabajos voluntarios y múltiples operativos de salud en poblaciones, como la Nueva Habana. Pasados tantos años, la veía ahí, en mi casa de madera, atendiendo a los heridos en las protestas de los 80’s. Con su compromiso intacto. Acciones como las de ella mostraban que la Unidad Popular fue más que un gobierno, fue un momento histórico donde se forjaron hombres y mujeres que hicieron suya la solidaridad y el compromiso con la subalternidad popular.


Había una compañera más que, mientras preparaba la comida para las colonias urbanas populares, expresaba todos los días la rabia que sentía. En castellano antiguo “puteaba” a distintos personajes del régimen. Una vez que terminaba, suspiraba y nos decía que la rabia la hacía vivir, la despertaba. La rabia la hacia amar a los cientos de niños y niñas que llegaban a pasar una semana de vacaciones llenos de piojos y sarna. La rabia la hacia pelear en la calle. La hacía enfrentarse a la autoridad y despreciarla. Una noche de protesta nacional esa rabia hizo gala. Detuvieron a su hijo. Esa fue la gota que rebalsó el vaso. Ella decidió ingresar a la comisaría y recuperarlo. Así lo hizo. Nunca supimos lo que dijo ni hizo dentro de la Subcomisaría 26. Pero, no olvidaremos cuando salió tomada de la mano de su hijo y lo llevó a casa para curar sus heridas. Se veía gigante. Se veía más digna que de costumbre. La UP fue precisamente eso, una inyección de dignidad que los años másatroces de la dictadura no pudieron borrar.


Conocí a varias mujeres que buscaban a sus familiares desparecidos. Una de ellas me contó que, después de 20 años, seguía esperando a que volviera su hijo. Me invitó a conocer la pieza de a quien tanto extrañaba. Conmovida, me di cuenta, que era internarse en un viaje en el tiempo. Los objetos que dejó el último día que salió de casa aún estaban ahí, sobre la mesa de noche, esperando a ser usados por su dueño. En el armario sus chaquetas, camisas y pantalones planchados también lo esperaban. Su madre no perdía la esperanza de verlo llegar, siempre estaba preparada para abrazarlo y para preparar los huevos revueltos con tostadas, que tanto le gustaban. Ella, hasta el día de su muerte y, a pesar de su dolor, nunca renunció a la esperanza, porque también la UP fue eso, esperanza.


Son cientos las historias de mujeres hermosas y aguerridas. La penúltima de ellas, tiene que ver con una mujer que apareció en mi vida hace pocos meses y que sufrió el ataque de las fuerzas militares en la Universidad Técnica del Estado. Ella, muy joven, fue llevada al Estadio Chile. Fue testigo de los horrores vividos en ese sitio. En ella, recuerdo a tantas que pasaron por ese infierno, pero que tuvieron el temple para seguir adelante. Hoy son abuelas con nietos que las aman y a quienes les han traspasado sus vivencias, para que nunca más el horror vivido se repita en este país. Ella tuvo el compromiso y el coraje de muchos trabajadores y trabajadoras que, aún sabiendo lo que sucedía xx esa mañana del martes 11 de septiembre, concurrió a su lugar de trabajo, a defender el gobierno de la Unidad Popular.


La última historia, es de una mujer que llegó exiliada a Europa, quien pasó una semana sentada sobre una maleta con su mejor pinta esperando que le avisaran cuando podía retornar a su país. Poco a poco la realidad se fue imponiendo, se dio cuenta que debía cambiarse ropa y guardar sus zapatos de salir para cuando se acabara la larga noche en Chile. Finalmente nunca volvió, porque se enamoró, tuvo hijos y se fue quedando en un país que le brindó refugio, después de haber pasado por muchos centros de tortura. Hay una parte de su corazón que habita en rincones y en personas de este país. Ella no se ha ido, sigue estando en los más hermosos recuerdos de un proceso en el que, como profesional, estuvo comprometida hasta los huesos.


Este año se cumplen 50 años desde que fue electo el presidente Allende, 50 años desde que estas maravillosas mujeres sienten aún en sus cuerpos la rebeldía, la valentía, la rabia, la dignidad, la solidaridad, el compromiso, los sueños, la esperanza, las risas, la ternura y la resistencia, que ese proceso hecho carne en ellas impide que muera.

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